En la costa del actual Ecuador, donde el mar se funde con la arena de la península de Santa Elena, nació una de las leyendas más enigmáticas del territorio ecuatoriano: la historia de Posor‑ja, la princesa que llegó desde el océano, fue criada por los huancavilcas y predijo el colapso del Imperio Inca mucho antes de la llegada de los españoles.
Su nombre significa “espuma de mar”, y no por casualidad. Según la leyenda, apareció un día en una balsa, apenas una niña, envuelta en mantas bordadas con jeroglíficos y con un caracol tallado en oro colgado al cuello. Los pescadores que la hallaron, asombrados por su porte y por el resplandor que parecía irradiar, la llevaron con su pueblo, donde fue criada como una hija más.
¿De dónde viene esta leyenda?
La historia de Posor‑ja ha sido transmitida de generación en generación como parte de la tradición oral del litoral ecuatoriano. Aunque no se tiene una fecha exacta de origen, se cree que esta leyenda circulaba ya en el siglo XVI, durante los primeros contactos entre los pueblos de la costa y los conquistadores españoles.
Autores como Gabriel Pino Roca y varios cronistas del siglo XIX la recopilaron como parte del imaginario ancestral de la parroquia de Posorja, que lleva el nombre de esta figura legendaria. La tradición también ha sido documentada en relatos escolares, libros de leyendas ecuatorianas y publicaciones culturales en línea.
Una tierra habitada por los huancavilcas
El escenario natural de esta leyenda no es menos fascinante. La península de Santa Elena, en la costa sur del Ecuador, fue territorio de la cultura huancavilca, un grupo precolombino que habitó el litoral entre los siglos VI y XVI d. C.
Eran expertos navegantes y comerciantes marítimos. Usaban grandes balsas de madera con velas, practicaban rituales relacionados con el mar, y producían piezas de orfebrería en oro y concha espóndilus. Tenían una estructura social compleja y eran reconocidos por su resistencia frente al avance del Imperio Inca.
Durante el reinado de Huayna Cápac, los incas lograron integrar parcialmente la región a su dominio, aunque los huancavilcas nunca fueron plenamente sometidos. Esta tensión cultural y política entre la costa ecuatoriana y el Tahuantinsuyo es el fondo real sobre el cual se proyecta la leyenda de Posor‑ja.
El don de la visión
Los huancavilcas pronto advirtieron que aquella niña llegada del mar no era común. Posor‑ja creció con una conexión profunda con la naturaleza y el mundo espiritual. Tenía visiones, hablaba en sueños, predecía tormentas y eclipses. Su fama como clarividente se extendió por la costa y más allá.
Fue así como el propio Huayna Cápac, emperador del Tahuantinsuyo, acudió a ella buscando respuestas. Posor‑ja no titubeó: le advirtió que moriría pronto en Tomebamba, víctima de una enfermedad repentina, y que tras su muerte, el imperio se desgarraría por una lucha entre sus hijos. La profecía se cumplió. El gran inca falleció en el actual territorio ecuatoriano, y el conflicto entre Atahualpa y Huáscar desangró a los pueblos del imperio.
El presagio de un imperio perdido

Tiempo después, Atahualpa también se presentó ante la vidente. Posor‑ja le anticipó una efímera victoria sobre su hermano, pero le advirtió que pronto llegarían hombres blancos y barbudos desde el mar. Le habló de armas desconocidas, de traiciones, y de su captura en Cajamarca, lugar donde sería ejecutado por los recién llegados. Nada de eso pudo evitarse.
Cuando Posor‑ja terminó de hablar, supo que su papel había concluido. Caminó hacia la orilla del océano, sopló el caracol de oro, y desapareció entre las olas, envuelta por la misma espuma que parecía haberla traído.

Un legado que vive en el mar
Hoy, el pueblo costero de Posorja, en la provincia del Guayas, rinde homenaje a esta figura ancestral que dio origen a su nombre. La leyenda se convirtió en el mito fundacional de la parroquia, oficialmente incorporada al cantón Guayaquil en 1894. Un monumento con su imagen se alza como símbolo de una historia que resiste el paso del tiempo, entre la memoria oral y la tradición.
La leyenda de Posor‑ja forma parte del imaginario colectivo de quienes viven junto al mar, donde se cree que las olas no solo traen vida, sino también mensajes antiguos. Como muchas leyendas, su fuerza no está en los hechos, sino en lo que inspira: identidad, misterio y conexión con lo ancestral.