En las noches silenciosas, cuando la neblina cubre los esteros y las aguas de los ríos Guayas y Daule parecen dormidas, algunos aseguran haber visto una canoa que se desliza sin rumbo aparente. En la proa, una luz espectral titila débilmente, como si flotara sola sobre el agua. A su alrededor, revolotean moscas de gran tamaño y el aire se llena de un hedor insoportable, similar al de la carne en descomposición. Sin embargo, dentro de la embarcación no hay cuerpo alguno, solo un farol que nunca se apaga y un susurro que repite:
“Aquí lo dejé, aquí lo maté, aquí lo he de hallar.”
Una presencia que estremece
Se dice que esa es La Canoíta Fantasmática, también llamada La Dama de la Canoa, una figura del folclor guayaquileño que, según la tradición oral, vaga desde tiempos coloniales en busca del hijo que perdió. Su paso deja tras de sí un aire helado, un resplandor verdoso y la sensación de culpa que jamás encuentra reposo.
De acuerdo con crónicas locales y relatos orales, esta aparición se manifiesta especialmente en las madrugadas, cuando los pescadores descansan en sus orillas o cuando las embarcaciones cruzan los esteros en silencio. Quienes la han visto cuentan que su canoa emite un resplandor pálido, un fuego fatuo que brilla sin soporte visible —una luz suspendida en la proa, como si flotara por voluntad propia.
A su alrededor, un enjambre de moscas zumban sin descanso, y aunque el olor fétido es tan intenso como el de un cadáver abierto, en la canoa nunca se ve un cuerpo. Esa contradicción entre lo visible y lo invisible es lo que alimenta el espanto.
Isabel, la mujer detrás del mito
La versión más conocida cuenta que Isabel, una hermosa joven de tiempos coloniales, fue en vida la protagonista de la tragedia que dio origen a la leyenda de la Canoíta Fantasmática.
Servía en un tambo real, una posada donde se hospedaban viajeros y soldados del ejército español. Allí conoció a un oficial con quien mantuvo un amor prohibido. De esa relación nació un embarazo que debía ocultar, pues su esposo —un hombre ausente por largos viajes— ignoraba lo sucedido.
Presionada por la vergüenza y el temor, Isabel huyó a las orillas del río para dar a luz en secreto. En el aislamiento de una canoa, trajo al mundo a su hijo. Pero el miedo pudo más que el amor: estranguló al bebé y ató su cuerpo al ancla de la embarcación, con la esperanza de que jamás lo encontraran.


Dicen que antes de morir, atormentada por la culpa, Isabel escuchó una voz que la condenó a regresar eternamente a buscar al niño que ella misma había destruido. Desde entonces, su espíritu vaga sobre el agua, repitiendo su lamento sin fin.
Un castigo eterno
Según los relatos más antiguos, Dios la obligó a regresar a los ríos del Guayas y del Daule, no como madre, sino como sombra, para que buscara los restos de su hijo por toda la eternidad. Algunas versiones afirman que ya ha encontrado casi todo el cuerpo, pero le falta el dedo meñique de la mano derecha, que Dios conserva como símbolo de su pecado y de su condena perpetua.
Aunque la leyenda fue recogida en crónicas del siglo XIX, muchos coinciden en que sus raíces se remontan a la época colonial, cuando las historias servían para advertir a las mujeres sobre las consecuencias de los amores prohibidos o los actos considerados inmorales.
Presencia viva en la cultura popular
El relato no pertenece solo al pasado. En las riberas de los ríos del Guayas y Los Ríos, los pobladores rurales y montubios aún aseguran haber visto la canoíta misteriosa cruzando los esteros con una luz en la proa. En algunos casos, se la asocia con embarcaciones donde viajan niños, a los que el espectro parecería buscar, atraído por su presencia.
Se dice también que la única manera de ahuyentarla es insultándola con fuerza; ante una palabra dura o una blasfemia, la canoa se aleja y desaparece en la oscuridad del río.
El mito se extiende más allá de los grandes cauces: aparece en manglares, riachuelos y zonas de esteros menores, en comunidades que viven de la pesca o del comercio fluvial. En Guayaquil, su historia forma parte del repertorio de leyendas urbanas que aún recorren los barrios y resurgen cada octubre, cuando la ciudad recuerda sus mitos más antiguos.
Un eco que no se apaga
La Canoíta Fantasmática no solo es una historia de terror: es también un reflejo del pensamiento social y moral de una época. Su figura femenina, condenada a buscar sin hallar, encarna el peso del arrepentimiento y la advertencia contra el pecado. Pero más allá del miedo, su presencia en los ríos del Ecuador es una metáfora de lo que el tiempo no borra: las culpas que siguen flotando, los recuerdos que no encuentran descanso y las voces que, aunque condenadas, aún nos recuerdan quiénes fuimos.
Cuando la madrugada cae sobre el Guayas y una luz solitaria se mueve entre la bruma, muchos prefieren no mirar. Porque tal vez —dicen— no es una canoa cualquiera, sino el alma errante de Isabel que aún busca el perdón que el agua nunca le dio.